Como seres humanos
somos naturalmente curiosos. Queremos saber qué, cuando, dónde, y
eventualmente, por quién y por qué.
Cuando hay algo que
no conocemos, cuando somos confrontados a un misterio –o lo que parece ser
tal—nuestros sentidos se agudizan, nuestras mentes se agilizan, y estamos
listos a descubrir, interrogar y finalmente investigar.
Hay múltiples
circunstancias, situaciones y razones por las cuales podríamos no molestarnos,
inquietarnos o intentar investigar algo.
Para nosotros,
específicamente, investigar las denuncias que algunas personas hacen, de haber
visto algún fenómeno en el cielo que les resultó extraño y para el cual no
tuvieron explicación.
Igualmente podríamos
quedarnos tranquilos o indiferentes. Despúes de todo, si consideran haber visto
algo extraño, lo sea o no, no es nuestro asunto, no es algo de nuestra
incumbencia.
Pero si
actuásemos tan displicentemente,
dejaríamos de ser quienes somos y sobre todo, no nos sentiríamos satisfechos
con nosotros mismos.
Nos gusta averiguar y
saber qué pasó, de qué se trata, qué se dice, y por ahí comienza a discurrir lo
que habrá de culminar en un protocolo de investigación que comprenderá el
interrogatorio a testigos, la toma de información, el análisis de la misma contraponiéndola
con las posibles variantes que permitan explicar lo aparentemente extraño, la
consulta a expertos en diferentes disciplinas según lo determine lo ocurrido,
para finalmente intentar lograr una solución a lo observado.
Esa tarea es
esencialmente la de identificación de lo aparentemente no identificado, que
–por cierto— no significa no identificable.
Es cierto que a veces
la identificación no es sencilla ni fácil. Hay casos en los cuales tal
identificación no es posible, porque el fenómeno descrito desafía las
posibilidades consideradas en forma exhaustiva.
Considero que la
tarea investigativa tiene que abordarse con mucha humildad, con conciencia
clara de que no sabemos ni conocemos todo, y que --como sucede frecuentemente en Astronomía-- tenemos que estar dispuestos a ser
sorprendidos y desafiados por algo que nos descoloca completamente respecto de
explicaciones convencionales.
Pero también es
cierto que –utilizando el método científico— el cual nos obliga a aplicar una
duda sistemática a lo que los testigos interpretan que vieron, la experiencia
en este particular campo del conocimiento nos indica que es posible lograr una
explicación para el 99% al 99,5% de los avistamientos denunciados.
El problema esencial
con los testigos es que ellos generalmente describen con fidelidad lo que
vieron –y eso ayuda enormemente a los investigadores — pero la interpretación
que la cultura y la sociedad le brindan para eso que observaron, hace que les
resulte extraño lo que finalmente no es tal.
Por eso hay que aplicar
una duda lógica a lo que los testigos declaran. Porque además, está probado que
los seres humanos somos falibles, y que a nivel de la criminología, es sabido
cuánto los testigos se confunden o equivocan.
Veo con frecuencia un
programa de TV titulado “Forensic Files” (Archivos forenses) y tengo presente
un caso de un homicida en serie, que testigos dicen conduce una camioneta
blanca, y que el individuo es blanco.
Resultó que el
homicida era de raza negra y conducía un automóvil gris.
La policía por tiempo
estuvo desorientada en sus esfuerzos por dar con la tal camioneta blanca
conducida por un individuo blanco.
Fueron otros
factores, y no las declaraciones de testigos, los que contribuyeron a dar con
el criminal.
Y obviamente, cuando
se han reunido todos los aspectos que componen un caso, y se entra a analizar
el mismo, hay que aplicar el rasero de Ockham.
Ese principio atribuido al monje
Franciscano William of Ockham (c.1287-1347) de Inglaterra, el cual establece
que las soluciones más simples tienden a ser más correctas que las complejas.
Para explicar un caso
hay que ir desde lo más simple a lo más complejo.
Nunca podremos
afirmar con honestidad intelectual y seguridad, que lo que vio una persona era
una nave extraterrestre, si hemos descartado de un plumazo alternativas
anteriores a esa, para poder explicar lo observado.
Por el contrario, si
aplicamos el rasero de Ockham, seguramente vamos a encontrar una explicación
lógica, racional y demostrable, que va a ubicarse mucho antes que la más
extravagante.
Así como no tomamos
carrera para saltar sobre una escalera y pararnos sobre el quinto escalón, el
procedimiento científico nos obliga a ir subiendo escalón por escalón, y no
saltar a conclusiones fantásticas pero sin asidero fáctico, porque finalmente,
ello no es válido.
Por otra parte, la
tarea de identificación de fenómenos aéreos y/o espaciales, conlleva la
comunicación entre pares, y la verificación por otros, de que el procedimiento
aplicado y la solución arribada, son correctos.
Así se hace ciencia.
El nombre de esta noble actividad ya no es “ufología”, sino “identificación
aeroespacial”.
Por supuesto que el
ámbito más amplio de esta tarea está directamente relacionado con el aspecto
físico de fenómenos observables. Pero eso no deja de lado aquellos casos en que
predominan factores psicológicos, aún sin presencia de algo físico.
Es pues una tarea
compleja que tiene que tener en cuenta los múltiples factores que convergen en
algo con un alto nivel de extrañeza, que irá descendiendo de ese nivel a medida
que la investigación se vaya procesando.
Milton W. Hourcade
Iowa City, Diciembre 10 de 2019.
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