Aproximadamente a las 3 de la tarde del 24 de Junio de
1947, el piloto civil Kenneth Arnold volaba cerca del Monte Rainier en el
Estado de Washington (EE.UU.), cuando vio nueve objetos volando uno detrás de
otro en formación escalonada: lor primeros cuatro, una separación, y luego los
otros cinco.
Eran brillantes y “volaban
como un platillo que brincara a través del agua”. Con esta descripción,
Arnold se refirió a su cinética, su movimiento.
Los objetos no tenían la forma de un disco o platillo
(ver el bosquejo hecho por Arnold), pero el periodista William Bequette, del
diario “East Oregonian” acuñó la frase “platillos volantes”, y desde entonces
en adelante, la gente ¡comenzó a ver “platillos” o “discos” en el cielo!.
El poder de la sugestión hizo que la gente viera “platillos”
en lugar de otras formas.
Pero cada “platillo” es diferente a otro. No hay
prácticamente un caso de exactamente el mismo tipo de objeto y forma en las
denuncias de OVNI y en toda la literatura sobre el tema, a excepción hecha de
los objetos fotografiados en McMinnville (Oregon, 1950) y Rouen (Francia,
1954). Pero sabemos que McMinnville fue un truco.
65 años han pasado desde “el caso que lo comenzó todo”
y hasta ahora no se ha presentado ni una evidencia sólida con valor científico,
para indubitablemente y categóricamente ser capaces de afirmar que en torno al
planeta están volando sofisticadas máquinas que no son producto de la
tecnología humana.
Los astronautas de la Estación Espacial Internacional
y ahora los astronautas chinos en órbita nunca han visto flotillas de extraños
objetos viniendo del espacio hacia la Tierra, o partiendo de la Tierra y yendo
hacia el espacio.
Por lo tanto, si hay un fenómeno extraño cuya
naturaleza aún no conocemos, parece estar más relacionado con la Tierra que con
el espacio.
¿Se trata del producto de una tecnología no
convencional y super-secreta? ¿Es algo natural y hasta ahora no aceptado o
adecuadamente clasificado por la ciencia? ¿O es algo procedente de un universo
paralelo o de otro tiempo?
Esas son las interrogantes que los investigadores
tienen frente a ellos. Y esa es la razón por la cual luego de 65 años del caso
Arnold, aún existe la necesidad de determinar la verdadera identidad de los
fenómenos inusuales.
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