El Grupo de Estudio de Fenómenos Aéreos Inusuales, cumple su función de estudio y análisis de estos fenómenos, a través de la labor de cada uno de sus Miembros, allí donde están.
Estudiar estos fenómenos, no significa dedicarse meramente a ellos, sino abordar también temas conexos, entre los cuales --como hemos señalado muchas veces-- están la Aeronáutica, la Astronáutica, la Astronomía, la Biología, la Física, la Fotografía, la Meteorología, la Psicología, etc.
Dentro de los Fenómenos Aéreos Inusuales, ocupan un lugar preponderante, --y en parte motivador de la creación de nuestro Grupo-- los llamados "Fenómenos Luminosos Anómalos".
Respecto de estos últimos, una autoridad indiscutida en la materia, es el Astrofísico Dr. Massimo Teodorani.
Con su debida aquiescencia, es para nosotros un honor reproducir aquí un escrito que si bien data de cierto tiempo, no ha perdido en absoluto actualidad.
Su título puede sorprendernos en primera instancia: "Plasmas Vivientes".
El desarrollo del tema por parte del Dr. Teodorani va más allá de la mera constatación, medición y registro de los F.L.A. en el valle de Hessdalen, Noruega, y en varios lugares más del planeta.
Al internarse en el conocimiento más intrínseco de las manifestaciones de plasma iónico, se descubre un principio universal que estaría en la quitaesencia misma de lo que es vida.
He aquí entonces, el trabajo del Dr. Teodorani.
Plasmas Vivientes Massimo Teodorani
Publicado en
Sienza e Conoscenza (Ciencia y Conocimiento) n.23, Febrero 2008 pp.30-35
Estamos habituados a
vivir en un mundo en que la materia tiene tres estados bien definidos: gaseoso,
líquido y sólido. Es en medio de estos 3 componentes que nosotros conducimos
nuestra vida, comenzando desde nuestro nacimiento como fetos orgánicos. La
estructura orgánica de nuestros cuerpos está ella misma hecha de estos 3
elementos: esta es la materia viviente basada en el ADN y sobre su capacidad de
auto-replicarse y de transmitir de una manera inteligente la memoria de una
doble hélice que porta la información suficiente para ensamblar las proteínas
de la célula viviente. Estructuras de este tipo pueden crearse sólo cuando se
dan las condiciones justas: en particular la presencia de carbono y de agua,
por medio de los cuales es posible crear de manera extremadamente eficiente las
macromoléculas que luego llevan al nacimiento y la evolución de la vida, aquí
en la Tierra y con toda probabilidad aún en otros mundos. Dejando una puerta
abierta a las funciones del silicio en su potencial capacidad de llevar a la
formación de estructuras vivientes en cualquier parte del universo y en
condiciones totalmente particulares, quedamos aún convencidos que el mecanismo
basado en la química del carbono es en absoluto el más universal para la formación
de la vida. Y sabemos que aún en el
espacio interestelar pueden formarse moléculas orgánicas basadas en el carbono,
como lo han demostrado muchas veces nuestras observaciones astronómicas. Hace
milenios que el hombre estudia en varias formas el mecanismo de la vida, y sólo
muy recientemente hemos descubierto el ADN y sus funciones. Hoy estamos en
condiciones de describir adecuadamente el mecanismo de la vida, al punto tal
que podemos no sólo leer sino aún
escribir (noticia recientísima procedente del descubrimiento del bioquímico
Craig Venter) la estructura del ADN. Pero aún comprendiendo como se manifiesta
el mecanismo de la vida, todavía hoy no
sabemos exactamente qué es ella.
Las interrogantes del
tipo: ¿qué es la vida? se han vuelto más inquietantes cuando en Agosto de 2007
en los laboratorios de simulación numérica alemanes y rusos, surgió que cuando
un plasma (una especie de sopa compuesta de electrones e iones libres) entra en
contacto con una nube de granos de polvo finísimos, estos granos adquieren
inmediatamente una carga eléctrica absorbiendo electrones del plasma que les
rodea hasta formar un núcleo de electrones que a su vez atrae a los iones con
cargas positivas del mismo plasma, dando lugar a los que han sido definidos
como “cristales de plasma”.
Lo que de verdad impacta
es que, guiados por las fuerzas electrostáticas, los granos de polvo se animan
retorciéndose en estructuras helicoidales, mientras que el plasma queda
polarizado. En estas condiciones los granos de polvo dentro del plasma
adquieren características de auto-organización, desde el momento en que ellos,
aún gracias al plasma en el cual están inmersos, comienzan a rotar en
estructuras helicoidales eléctricamente cargadas la cuales terminan por
atraerse mutuamente. Experimentos de este tipo se han efectuado desde fines de
1998 aún en condiciones de gravedad cero en las estaciones espaciales como la
rusa Mir, pero se necesitaba la simulación de la dinámica molecular efectuada
en computadora por físicos como el
alemán Gregor Morfill y el ruso Vadim Tsytovich para comprender bien qué es lo
que sucede cuando una polvareda entra en contacto con un plasma, que está
definido como el cuarto estado de la materia. Lo que realmente surge de estas
investigaciones es que estos cristales de plasma asumen formas que rápidamente
evolucionan en una doble hélice idéntica a la que caracteriza el ADN, y que
muestra una excepcional habilidad auto-organizativa. Pero aún hay más, dado que
esta forma es replicada en otros cristales de plasma como si esta forma se
reprodujese transmitiendo un propio “código genético” a todo lo que le
circunda. La simulación muestra efectivamente que estas hélices pueden tener
dos configuraciones estables representadas por una espiral pequeña y otra
grande, mientras que cada hélice contiene varias secuencias de estos dos
estados: los investigadores piensan que esta característica dinámica permita a
estas estructuras memorizar información,
en realidad las mismas puede dividirse, formar copias exactas,
interactuar con espirales vecinas, e inducir cambios en otras espirales. Y todo
nace de un vórtice en espiral de fuerzas electromagnéticas, un vórtice que se
transmite en todo el entorno formando estructuras helicoidales idénticas a las
que les han producido: la hélice representa una especie de código informativo,
que culmina replicándose pasando cualquier transformación estructural de una
generación a otra y para dar forma a estructuras siempre más complejas y
estables. En esencia, tenemos un sistema físico donde las partículas de polvo
son mantenidas unidas por fuerzas electromagnéticas que parecen precisamente
contener un código del todo comparable a la información genética que tiene
unida a la materia orgánica, con la característica de reproducirse exactamente
como una célula viviente. En otras palabras, parece de veras que estas
estructuras hechas de polvo y plasma sean verdaderamente y propiamente seres
vivientes en capacidad de reproducirse y evolucionar, y para poderlo hacer son
capaces aún de nutrirse famélicamente de todo el plasma que tengan a disposición.
Esta fenomenología ha
hecho pensar que el “código de hélice” sea realmente la parte distintiva que
caracteriza al mecanismo de la vida y que, sobre todo, ésta pueda explicarse no
solamente en la forma orgánica que hemos conocido siempre sino también en una
inquietante forma inorgánica. Y efectivamente el mismo Gregor Morfill del
Instituto Max Planck para la Física Extraterrestre no ha tenido dificultad en
afirmar lo que sigue: “De nuestra simulaciones numéricas parece que ensamblando
juntas partículas de polvo con un plasma
parece posible satisfacer la condiciones mínimas comúnmente aceptadas
para definir el mecanismo de la vida, para lo cual basta obtener una suficiente
concentración de polvo cargado eléctricamente y el proceso de auto-organización
y de crecimiento puede ser activado: se concluye que complejas estructuras
auto-organizadas de plasma exhiben todas las propiedades necesarias que les
califican como candidatas de la materia inorgánica viviente”. Por lo tanto, los
cristales de plasma son una forma de vida completamente inorgánica, que parece
responder aún a las aspiraciones de algunos astrobiólogos estadounidenses
cuando decidieron buscar indicios de aquella que ya llamamos “vida extraña”.
Ahora que conocemos
la existencia de los cristales de plasma gracias a algunos experimentos
efectuados en el espacio y a bien precisas y rigurosísimas simulaciones
numéricas, sólo nos queda irlos a buscar en alguna parte. Parece que los lugares
más adecuados se encuentran en el cosmos, y en particular en las nubes
interestelares de polvo, en el medio circun-estelar o bien en los anillos de
planetas como Saturno o Urano, todos ambientes ricos de partículas de polvo
como de plasma. Y no olvidemos que el plasma representa el 99% de la materia en
el universo. Estos son ambientes ideales porque en estas particulares
condiciones los procesos electromagnéticos que llevan a la formación de códigos
helicoidales no son particularmente perturbados por el efecto de la fuerza de
gravedad. Si bien en realidad las cosas
están en estos términos, entonces este extraño mecanismo podría ser ampliamente el más común en la generación de
“estructuras vitales” en el universo, al punto tal de hacer sospechar que en
las nubes interestelares no haya sólo moléculas orgánicas sino también
estructuras activadas por el plasma y el polvo que se reproducen y evolucionan,
quizás de manera inteligente; lo que sería como decir que las nubes
interestelares podrían ser ellas mismas una forma viviente. Con este propósito no se puede dejar de
pensar en el famosísimo romance de la ciencia ficción escrito en 1957 por el
gran astrónomo británico Fred Hoyle (el padre de la teoría cosmológica del estado estacionario) donde una nube
cósmica viviente e inteligente amenaza a la Tierra.
Hemos visto que las
simulaciones en laboratorio sobre cristales de plasma parecen tener
verdaderamente estructuras vivientes. Pero sabemos aún que la vida lleva a
menudo a la inteligencia. Nos preguntamos entonces si estas estructuras podrían
evolucionar de tal manera de llegar a ser inteligentes o sensibles. Hay varios indicios que lo hacen pensar, y
dos en particular: la característica misma de coherencia de los plasmas en
cuanto tales, y ciertas manifestaciones de extraños fenómenos luminosos de
plasma que se verifican de manera recurrente no en el espacio cósmico sino en
algunos lugares de nuestro planeta.
El físico cuántico
David Bohm se dio cuenta que un plasma parece representar un estado
verdaderamente peculiar de la materia eléctricamente cargada, en el cual las
partículas que lo componen (electrones e iones) parecen comportarse como un
conglomerado inteligente con características ya sea individuales o colectivas,
y con una configuración dinámica que hace pensar en la existencia de una
“memoria” en el interior del mismo plasma donde aún las partículas más lejanas
del centro de simetría de la nube de plasma parecer estar constantemente
informadas de aquello que sucede en el centro. En el ámbito de estas sus
investigaciones Bohm se dio cuenta muy pronto que a ejemplo de los electrones,
una vez que llegan a ser parte de un plasma,
dejan de aparecer como partículas individuales y comienzan a comportarse como
si fuesen parte de un todo más grande e interconectado, un mar de partículas
que da la impresión de ser aparentemente vivo, inteligente y consciente mediante las características de
auto-regulación que se observan al estudiar el comportamiento ya sea en
laboratorio como utilizando ecuaciones en un pizarrón. Llegados a este punto
habría que pensar que un plasma, típicamente por vía de sus características del
todo únicas, podría en particulares condiciones funcionar como una especie de
“estructura neural”, en condiciones de recibir, elaborar y transmitir
información de cierto tipo: en otras
palabras, podría comportarse como una especie de computadora. Pero podría dar origen aún al fenómeno de la
Vida, como las recientísimas investigaciones sobre cristales de plasma parecen
demostrar. Prescindiendo del mecanismo de la vida, está la estructura misma
altamente coherente de un plasma que podría aún funcionar como una especie de
“caja de resonancia cuántica”, del mismo modo que los microtúbulos operan de
manera orquestada en nuestro cerebro—en base a las exploraciones del matemático
Roger Penrose y del neurofisiólogo Stuart Hameroff – determinan la formación de
momentos de consciencia. Intentemos
imaginar que el mecanismo cuántico orquestado esté en condiciones de operar aún
en el interior de las partículas de plasma y que por lo tanto podremos esperar
no sólo una estructura viva, sino aún una estructura inteligente y consciente.
En situaciones
totalmente particulares, como por ejemplo luego de un rayo o de la formación de
extrañísimas condensaciones atmosféricas de plasma luminoso, es posible que el
fenómeno de los cristales de plasma (o alguna cosa muy similar) se pueda
verificar aún en nuestro planeta. Extrañísimas por cierto son ciertas
coincidencias. Algunos fenómenos de luces, cuya naturaleza de plasma está
claramente demostrada en el curso de investigaciones efectuadas en el valle de
Hessdalen en Noruega y aún en otros lugares del mundo incluida Italia, parecen
recalcar bastante fielmente los comportamientos de plasma y polvos
interactuantes observados por Morfill y Tsytovich: esferas de luz que tienden a
dividirse, a unirse, a multiplicarse, exactamente como lo haría una célula
viviente. Todo esto ha sido observado y
documentado. Indudablemente se trata no de simulaciones sino de manifestaciones
transitorias de plasma realmente
existente en nuestro planeta, cuando particulares condiciones --como por ejemplo piezoelectricidad y la
semi-conductividad de ciertas rocas-- en
el subsuelo, lo consienten. Estos fenómenos de luces, cuando aparecen
contemporáneamente en más de un punto de un mismo valle, parecen estar
conectados entre sí, por cuanto frecuentemente tienden a reaccionar de común
acuerdo cuando solo uno de estos globos es estimulado por fuentes
electromagnéticas. Lo que verdaderamente
asombra es que el mecanismo de formación de estas esferas de luz contiene
exactamente los mismos ingredientes de los cristales de plasma: un plasma y
polvo atmosférico en forma de aerosol, con vapor acuoso que como catalizador
genera procesos termoeléctricos-químicos al punto de confinar estas esferas de
plasma. A veces se les ve desplazarse rápidamente en el cielo asumiendo
verdaderas y propias trayectorias helicoidales, exactamente como los cristales
de plasma de la simulación de Morfill y Tsytovich. Una cosa es cierta: estas
esferas de plasma tienen la tendencia a multiplicarse y evolucionar, y lo hacen
en tiempo del orden de minutos o aún de segundos.
Y no sucede sólo
esto, ya que imprevistamente las esferas luminosas de plasma –en particular
aquellas estudiadas en Hessdalen—pueden asumir formas perfectamente
geométricas, como por ejemplo rectángulos y triángulos. En una primera
impresión parecería que el plasma se comporta como los cristales de nieve
organizándose en estructuras geométricas y simétricas, y esto no bastaría para
hacer un organismo inteligente. Pero
evidencias que recurren constantemente desde siglos en muchísimas localidades
del mundo, muestran que estas formas de plasma son atraídas por el ser humano y
tienden a interactuar con él, como si estuviesen verdaderamente dotadas de
verdaderas características de inteligencia y aún de consciencia, dado que
parecen despertar en la mente de personas más receptivas extraños fenómenos que
tienen mucho en común con la telepatía. Por ahora, se trata de testimonios,
pero pronto verificaremos con experimentos cruciales que implicarán la medición
directa y simultánea sea de parámetros biofísicos del cerebro como de las
características electromagnéticas del fenómeno de luces en cuanto a tal.
Entonces, estructuras
con muchísimas características similares a aquellas medidas en simulaciones
numéricas sobre cristales de plasma, parecen ocurrir aún en nuestro planeta.
Esferas de plasma que nacen de improviso y luego se reproducen y evolucionan en
tiempos rapidísimos, asumiendo a veces formas geométricas e interactuando con
el mismo ser humano. Son una de las más grandes fronteras de la física, donde
la física misma –y ya no la biología – podría llegar a ser la protagonista en
determinar exactamente qué cosa sea la Vida y con ella la inteligencia y la
consciencia que de la misma parecen surgir de manera totalmente espontánea.
¿Qué sabemos ahora?
Sabemos que: a) plasmas acoplados a partículas de polvo pueden adquirir
características en todo similares al ADN; b) los plasmas son estructuras
altamente coherentes y se comportan como componentes de un software de tal
manera de hacer funcionar un programa inteligente bien preciso; c) formas más o
menos estructuradas de plasma se manifiestan de manera recurrente como
“fenómenos luminosos anómalos” en muchas parte de la Tierra, con la
característica de “reproducirse” de la misma manera de la multiplicación
celular y de interactuar con el ser humano.
Debemos ir al fondo
del asunto, dado que las simulaciones numéricas computarizadas nos sirven sólo
para describir matemáticamente ciertos determinados tipos de comportamiento:
por lo tanto debemos estudiarlos mejor en nuestro ambiente. Es altamente
probable que algunos fenómenos de plasma vistos (y en algunas ocasiones aún
medidos) en nuestro planeta estén vinculados con la fenomenología de los
cristales de plasma. Si pudiésemos demostrarlo, entonces podríamos aún
encontrar que la forma más universal de Vida se basa realmente en la
interacción entre las partículas subatómicas de un plasma –iones y electrones
libres—y partículas microscópicas de materia esparcidas en todas partes del
universo. En la Tierra como en los espacios interestelares de las nubes de
materia difusa inmersa en los plasmas, en los anillos de planetas gaseosos
hechos de partículas minúsculas alimentadas de los plasmas magnetosféricos de
sus respectivos planetas gigantes, y aún en otros ambientes cósmicos que todavía
no conocemos, podrían verificarse mecanismos que a su vez han estado en la raíz
de la vida orgánica. Características bien definidas de los plasmas determinadas
por su propia coherencia interna en condiciones particulares y favorables
podrían aún asumir el aspecto de la inteligencia y de la consciencia, mientras
que las acciones de los mismos plasmas podrían ser determinantes en el
“plasmar” la materia misma tal como la conocemos, más allá de la vida como aún
no la conocemos.
Referencias
Bibliográficas e Internet.
2. Silverman, J. (2007). “Are we Looking for Aliens in the Wrong Places?” (sito Web)
3. Teodorani, M. (2004) “A Long-Term Scientific Survey of the Hessdalen Phenomenon”. Journal of Scientific Exploration, Vol. 18, n. 2, pp. 217-251 (anche sito Web)
4. Teodorani, M. (2007). Entanglement. Ed. MACRO Edizioni.
5. Teodorani, M. (2008). Sfere di Luce. Ed. MACRO Edizioni.
6. Tsytovich, V.N.; Morfill, G. E.; Fortov, V. E.; Gusein-Zade, N. G.; Klumov. B. A. & Vladimirov, S. V. (2007). “From plasma crystals and helical structures towards inorganic living matter”. New Journal of Physics, 9, p. 263 (sito Web)
Traducción especial y exclusiva para este blog del UAPSG-GEFAI por Milton W. Hourcade.
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